miércoles, 1 de febrero de 2017

Las Lagunas del Padul y la Cruz de la Atalaya

En esta ocasión  nos dirigimos hacia el sur por una ruta milenaria que unía Iliberris con la antigua Sexi.  Dejamos atrás el lugar donde el Rey Boabdil contempló por última vez y lloró su  reino perdido y nos encontramos con un privilegiado lugar situado en la vertiente suroccidental del macizo de Sierra Nevada. Estamos en El Padul, nombre que significa la laguna.

Y para satisfacer a todos los pies que llevamos, realizaremos dos rutas diferentes; la combinación de ambas nos permitirían apreciar los contrastados paisajes de estas tierras.


Si miramos al cielo la montaña que circunda el Cerro del Manar, pedregosa y abrupta, donde los pinos, rodeados de plantas aromáticas, hunden trabajosamente sus raíces y muestras retorcidos y rugosos troncos; siempre orgullosas del último recorte superpuesto en el paisaje, el perfil nevado de la sierra.

Si miramos al suelo la vega del Padul, la depresión donde brillan las únicas lagunas de la Provincia de Granada; anátidas y carrizos en armonía con las tierras de cultivo y las turberas más meridionales de Europa. Y como los trazos de un delineante, las madres que conducen las aguas al río viejo de la Laguna. Bajo el suelo los fósiles de mamut que son testigo de la inabarcable historia de la Tierra en la que nosotros somos un leve y maravillosos suspiro.

Unas pinceladas de los que transitaron por la vega, un itinerario sin cuestas por un terreno parcialmente labrado, salpicado de pequeñas lagunas y manantiales que vierten sus aguas a unos canales de drenaje denominados localmente “madres”. Nos encaminaremos hacia el manantial del Ojo Oscuro, pasando previamente por la alberca Palmones.


Desde allí caminamos por las sendas trazadas por el entorno de la laguna del Aguadero, visitando una higuera de cuento y un gran y pacífico mamut. Posteriormente atravesaremos la vega del Padul en dirección a la Turbera Agia.

Siguiendo la linde de una madre llegaremos hasta el Arroyo Viejo y la Fuente del Mal Nombre. En este curioso lugar, junto la ladera del Cerro de los Molinos, visitaremos las huellas del camino ibero-romano. Finalmente nos encaminaremos hacia el pueblo del Padul por el Camino de los Molinos.


La ruta más empinada nos condujo hacia la Cruz de la Atalaya por la vereda de los Gudaris. Esta denominación se debe a que estos caminos son el fruto del trabajo de soldados vascos presos durante la guerra civil, en la cárcel instalada en la casa solariega del Padul conocida como Casa Grande. Durante catorce meses, de sol a sol, regaron con su sudor estas veredas trazadas a pico y pala por todas las faldas del Manar.

El trazado coincide con el límite del espacio natural de Sierra Nevada. Después de cruzar varios barrancos por unos diques bien conservados, nos olvidamos de la subida dura y zigzagueante que salva un desnivel de unos 230 m en unos tres kilómetros hasta la cima. Dejamos este desvío a la derecha y seguimos por la vereda al frente, bordeando el pinar y la vera de cultivo de olivos y almendros.

El camino va rodeando el monte siguiendo el limite de un profundo barranco. La subida es costante pero moderada. Llegamos así a un cruce de caminos: veredas que nos conducen por caminos antiguos hacia el Padul, Otura o Dilar. Y en esa encrucijada reponemos fuerzas.


Nos desviamos por el camino de la izquierda unos cientos de metros para ver unas curiosas cruces cuya historia desconocemos. Serían un genial comienzo para una novela. Retornamos tomando ahora el camino que nos llevaría hasta la Silleta del Padul.



Nos volvemos a desviar a la derecha hasta llegar a un abrevadero. Una subidita por un empinado cortafuegos y llegamos a la cañada de la cruz de la Atalaya (1.240 m). Las vistas son impresionantes. Una centena de metros más abajo se encuentra el mirador del Padre Ferrer, donde un monolito deja constancia de la admiración del montañismo hacia la figura de este hijo predilecto del Padul.

Bajamos por la empinada vereda de los Gudaris. Pasamos por un mirador junto a las canteras del millón cuarenta y ocho, conocidas así por sus coordenadas. Con las rodillas un poco cargadas, llegamos a la localidad del Padul.

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