lunes, 4 de diciembre de 2017

Un trocito de luna.

Mientras a los niños de infantil, a través de la escenificación "Cuentos Lunáticos" los transportábamos a la luna y les brindábamos la posibilidad de probar un trocito de nuestro maravilloso satélite, en un instituto, los chicos y chicas de secundaria no fueron tan lejos.

Aunque se de uno que hubiera viajado a la luna. El intento fue encandilarles con la charla participativa "Somos lo que comemos" pero se nos indigestó. El buitre me miraba sabiendo que me convertiría en carroña.


La labor del comunicador en ocasiones fracasa. Analicemos el contexto. Muchos chicos y chicas juntos, ausencia en algunos de ellos de la educación básica que se presupone a ciertas edades, el efecto grupo que anula la personalidad y despierta el tonteo, falta de madurez y de inquietudes (cosa lógica por otro lado entre adolescentes)... en definitiva excusas. También podríamos justificarnos diciendo que los participantes no saben ni a que charla van, ya que nadie se lo ha comunicado y, por ende, que este recurso no se articula como parte del currículo; no hay un trabajo previa y ni posterior, lo cual sería más que recomendable.

El comunicador debe ser capaz de lidiar con todas esas dificultades y, en lo posible, ponerlas en su favor. Pero a veces se pierde esa capacidad, ese duende a mitad de camino entre la experiencia y la inspiración.

Y entonces uno desearía viajar a la luna y consolarse dándole un mordisco, eso sí, de su cara oculta para que así nadie sea testigo de tu insatisfacción.

1 comentario:

Esteban Sánchez Pérez dijo...

Los que tenemos alguna experiencia en enseñanza(comunicación) podemos entender la frustración del charlista.
En todo caso,cuando el problema reside en el auditorio, lo único sensato es pasar página inmediatamente, porque seguro que la próxima vez se alcanzará la excelencia y si no, garantizo al charlista un reposado café o una infusión calentita, la mayor atención y un cálido abrazo.
Ánimo, y a por ellos que son pocos y maleducados.