sábado, 3 de marzo de 2018

La Atalaya y las lagunas del Padul.


En esta ocasión  nos dirigimos hacia el sur por una ruta milenaria que unía Iliberris con la antigua Sexi, un lugar de paso de gentes, aves migratorias, vientos y aguas. Estamos en el Padul, una villa situada entre una vega húmeda y montes calizos.

Y las formas del agua serán las protagonistas, las que labra en las rocas, las invisibles que recorren el interior de la roca y las que su entorno refleja en su lámina de cristal.

Primero afrontamos la vereda de los Gudaris, denominada así por que estos caminos fueron tallados en la montaña por por soldados vascos presos durante la guerra civil, en el presidio instalado en la casa solariega del Padul conocida como Casa Grande. El trazado coincide con el límite del espacio natural de Sierra Nevada. Después de cruzar varios barrancos por unos diques bien conservados, se inicia una subida dura y zigzagueante que salva un desnivel de unos 230 metros.


Llegamos así a la cañada de la Cruz de la Atalaya. Se continúa por un camino que asciende a la derecha hasta el Mirador del padre Ferrer, donde un monolito, de un gusto cuestionable, deja constancia de la admiración del montañismo hacia la figura de este hijo predilecto del Padul.


Cien metros más arriba se encuentra la Cruz de la Atalaya (1240 metros de altitud). Después de disfrutar de las vistas de la llanura, de Sierra Nevada y de los montes fronteros (destaca la Silleta del Padul a nuestra izquierda), bajamos a una abrevadero donde descansamos.

Iniciamos desde allí una bonita senda por el Barranco de la Casilla, entre pinos y arenales, llegando a la vereda de los Gudaris que nos baja hasta el Padul. El valle enmarca las lagunas que ahora visitaremos.

Desde la alberca Palmones caminaremos por un terreno parcialmente labrado, salpicado de pequeñas lagunas y manantiales que vierten sus aguas a unos canales de drenaje denominados localmente “madres”. La importancia de este lugar es grande, al ser el único humedal natural de la provincia de Granada. Además, cuenta con una peculiar turbera, la más meridional de Europa, en la que suelen aparecer con relativa frecuencia huesos de mamut.


Comenzamos en el manantial del Ojo Oscuro. Desde allí disfrutamos de las sendas trazadas por el entorno de la Laguna del Aguadero. Las últimas lluvias han elevado el nivel freático dotando estos parajes de una belleza salvaje, un equilibrio entre agua y barrio, entre trinos y el olor a descomposición del fango. Los caminos de madera flotan sobre las formas del agua.

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