
Cuando estamos en un entorno natural debemos aprender a caminar con el corazón un poco sobresaltado, intentando percibir sensaciones que están ausentes en nuestras ciudades.
Buscar ese propósito es abrir de par en par las ventanas de nuestros sentidos: mirar, escuchar, oler y tocar.

Las agresiones sensoriales de los barrios en los que vivimos crean durezas en la piel. Rozandonos con la naturaleza conseguimos mudarla.
Es lo que hemos pretendido con estos niños y niñas en el Nacimiento del Darro (Sierra de Huetor).
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