Menos mal que la procesión, como los beneficios o perjuicios de nuestra alimentación, va por dentro. De otro modo algunos tendrían la piel crujiente y ondulada como las patatas fritas, los cabellos se les enrollarían en el peine como espaguetis al dente y las mejillas inflarían el contorno del rostro como panes de hamburguesa. Olerían a frito y gominola. Buscar en el retrato el aroma de la fruta o la tersura de la verdura sería en vano.
Los hábitos de alimentación de nuestros hijos e hijas son, en demasiadas ocasiones, nefastos. Y no solo en lo que comen sino en como lo comen (si tienen el arrojo suficiente para asomarse a un comedor escolar se sorprenderán de las mil insólitas formas de coger un cubierto, creerán estar viendo un documental de los hombres de las cavernas cuando desgarran el filete a mordiscos entre gritos y gruñidos).
Los pequeños, y también los medianos y los grandes, estamos determinados más por la publicidad y los condicionantes sociales que por los lógicos y biológicos requerimientos de la salud. Los padres y madres perdemos el norte; nos olvidamos que educar a nuestros hijos e hijas hacia pautas de alimentación sana está escrito en el guión de nuestras tareas. Desgraciadamente el gusto de los más pequeños es muy goloso hacia alimentos ricos en azucares y grasas (si están bien mezclados con saborizantes, colorantes y aromatizantes, mucho mejor). Las frutas y las verduras las rechazan como al veneno (tal vez aprendieron de Blancanieves el cuento de no morder manzanas por apetitosas que parezcan). Y el pescado es un mal invento lleno de incomodas espinas.
Por todo ello, dentro del programa de actividades de educación ambiental y en valores se ha incluido un recurso que bajo la denominación “Somos lo que comemos”, pretende acercar a los escolares las pautas de la alimentación sana de un modo divertido y participativo. Usamos las tapas, como el guión de una receta que nos dirige entre pucheros. Las tapas representan uno de los modos de preparación de los alimentos más característico de nuestra cocina y son un símbolo cotidiano de la comida como elemento de relación social que estimula, no solo el apetito, sino también la charla y el intercambio de vivencias. En ellas encontramos una alternativa al “fast food” de dudoso valor alimenticio y son una estupenda muestra de la riqueza de la cocina mediterránea de nuestro país.
Esta actividad, adaptada a los requerimientos del tercer ciclo de educación primaria y a la educación secundaria, se estructura a través de dos elementos: (1) charla participativa donde comenzamos hablando de las tapas, para terminar estableciendo las pauta básicas de la dieta mediterránea; y (2) taller de elaboración de tapas, donde cada participante, elabora una tapa, le adjudica un nombre, indica los ingredientes usados y comenta su equilibrio nutricional. Luego cada cual degusta su creación culinaria.
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