miércoles, 13 de marzo de 2013

Por la vereda del río Santo.


Este recorrido se introduce en el corazón del Valle de Lecrin. Mientras en Roma las fumatas son negras o blancas, nosotros seguiremos el curso del Río Santo. Esta ruta, que es fácil de hacer, tiene unas vistas muy bonitas de los paisajes y los pueblos del Valle, caminando por senderos entre naranjos y limoneros. Pasaremos de los 733 m. de altitud de Albuñuelas a los 545 m. de Melegis.



Comenzamos el recorrido en Albuñuelas, nombre cuyo origen significa "tierra de viñas". Nos situamos al Oeste del Valle de Lecrín, en la Sierra de las Albuñuelas. Al sur en el horizonte se recortan las sierras de Almijara y Los Guajares. Es un pueblo alargado en el que se distinguen tres barrios rodeados de verdes tajos y cultivos de frutales: el Alto, Bajo y la Lona. Entre sus estrechas calles nos asaltan imágenes pasadas de la alquería musulmana que fue, de los horrores de la rebelión morisca y del terremoto que asoló estas tierras en la navidad del 1884.

Antes de abandonar el pueblo nos detenemos en la iglesia parroquial de El Salvador adosada al antiguo convento de franciscanos de San Pedro de Alcántara, en la que nos llama la atención la Torre del Reloj con su peculiar estructura de hierro forjado. También pasamos por la Torre del Tío Bayo (construcción medieval de carácter defensivo del siglo XIV), muy bien acompañada por un bonito lavadero.
 



En Albuñuelas cogemos la vereda que nos lleva a Saleres. Desde el Barrio Alto bajamos hasta la Calle Mojón (en el Barrio Bajo), tomando un camino que tiene este mismo nombre. Disfrutamos de hermosas vistas de esta enorme y verde hondonada llena de la luz que precede al aguacero y de gran colorido por los numerosos árboles del río que contrastan con el azul del cielo y el blanco de la nieve acumulada en el Cerro del Caballo.


Seguimos esta vereda, convertida en tramo del GR-7 y que desciende entre multitud de hazas de labor en forma de pequeñas paratas en donde se cultivan patatas, habas, habichuelas y multitud de hortalizas. Caminaremos entre esa inagotable y vistosa arboleda formada por azufaifos, granados, caquis, acerolos, nísperos, membrillos, limoneros, naranjos y con algunos tramos entre chumberas y cañaverales. En algunos cortes del terreno se observan infinidad de conchas entre los sedimentos que nos recuerdan el pasado marino de estos parajes.

Llegamos a Saleres (560 metros de altitud), un pintoresco pueblo situado en la margen izquierda del Río Santo o de las Albuñuelas. Cruzaremos el río dejando a la derecha un antiguo molino. Desde allí nos dirigirnos hacia Restábal siguiendo una senda que llega a este pueblo tras pasar por el Barranco de las Arenas. Son muchas las naranjas que nos hemos ya comido y algunos limones aromatizan nuestros bolsillos.

Restabal esta ubicado junto a la confluencia del Río Santo y el Durcal, al pie del Cerro de los Canjorros. Nos desviamos unos cientos de metros de la ruta para acercarnos a la cola del Pantano de Beznar, repleto de agua y de anátidas.
Ya solo resta continuar durante un par de kilómetros hasta llegar a Melegís también por sendas rurales, llegando a esta localidad por un puente que salva el Río Torrente.


Y la receta de esta semana es compartida por varias senderistas a la vez, lo que causa risas y tachones en la libreta de notas: pestiños de semana santa.
Calentamos un vaso de aceite de oliva con una cascara de limón o un pedazo de pan. Cuando esta dorado se añaden unos granos de matalauva y se retira del fuego. El aceite se mezcla con un vaso de vino blanco y con la harina que admita. La masa no debe pegarse en las manos. Vamos haciendo bolitas con la masa que las aplastamos con un vaso liso y le damos la forma típica de estos dulces. Se fríen con aceite a fuego fuerte y se añade azúcar y canela. También se pueden hacer melosos, es decir, sumergiéndolos en un almíbar de miel.   

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