sábado, 27 de mayo de 2017

Ríos de vida: el Cebollón.



Hoy hemos paseado por el lecho del Rio Cebollón en el macizo montañoso de las Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama. Y nos sorprendemos al ver un ecosistema fluvial lleno de vida. Rodeado de un frondoso bosque de galería, que a su vez hace frontera con un viejo pinar, las aguas albergan una enorme biodiversidad.

Nuestros pasos asustan a pequeños peces que se deslizan entre las aguas como flechas sin arco. Interrumpimos a las ranas en su solarium, estirando las ancas para zambullirse y desaparecer. Observamos a las culebras convertidas en elegantes ondas. Y nos maravillamos al encontrarnos con la timidez de un gran galápago leproso. Y en la orilla, las lagartijas se escabullen entre los espinosos matorrales.

Comenzamos en la Resinera de Fornes (Arenas del Rey, próximos  a la cola del Pantano de Bermejales). Pertenecía a la Unión Resinera Española y fue hasta hace unos años (1975) un importante centro industrial donde se transformaba la resina obtenida de los extensos pinares en aguarrás y colofonia.

El primer tramo lo hacemos en los coches. Nada más comenzar cruzamos el puente sobre el río Cacín al que el Cebollón paga con el tributo de sus aguas. Circulamos rodeados de sauces, chopos, zarzas por una amplia pista dejando a la derecha el cantarín río Cacín.


En un primer cruce tomamos la pista de la izquierda, siguiendo el GR7 de Jayena y abandonando el cauce del Cacín; la pista forestal se dibuja entre el río Cebollón y cárcavas calcáreas muy erosionadas. Tras varios rodeos, cruzamos el río.

La pista se aleja del cauce y asciende ligeramente. Llegamos a otro cruce donde hay un cartel informativo sobre la actividad de los resineros. Aquí dejamos los coches.

En este punto abandonamos el camino principal y tomamos un sendero que, por la derecha en suave descenso, nos acerca al lecho del Cebollón por los conocidos Prados de Tito. El camino se torna encantador. Los helechos nos cuentan de la humedad del lugar. Un poco más adelante aparece la Fuente del Berro. Como en tantos otros manantiales serranos, unas tejas facilitan que las aguas se viertan en nuestras manos.


Escuchamos el canto de las ranas y de los pájaros de los sotos y riberas. En un chopo vemos tres agujeros circulares trazados por el compás del pájaro carpintero.

A nuestra izquierda, junto a un pino, aparece la Cruz del Castillo, protegida por un pequeño arco de ladrillo. Es un monumento que recuerda un triste acontecimiento: la caída de un pino sobre un resinero.

Siempre rodeados por grandes pinos que nos podrían contar la historia del lugar, seguimos avanzando por este paraje hasta que el camino gira bruscamente hacia la derecha. Nos encontramos ante un viejo y sombreado pinar bajo el que se abrigan unas naves que sirvieron para estabular el ganado.

Caminamos unos metros y la ruta continúa por el pedregoso lecho del río; comienza el senderismo acuático. A nuestro frente observamos el encajonamiento del río Cebollón.

Disfrutamos como niños. Al principio notamos el agua fría, pero pronto nos acostumbramos. Sorteamos pequeñas pozas y árboles caídos en el lecho del río. Nos olvidamos de una vereda que traza un zigzag a un lado y otro del río. Caminamos escuchando el constante murmullo del arroyo como base del rítmico chapotear de nuestros pies.

Depósitos calcáreos tapizan todo el lecho y dotan a las aguas de un color amarillento. Finas algas juguetean con la corriente del río como cabellos de ninfas.

Al poco alcanzamos un ensanche donde aparece una antigua presa hoy colmatada. Remontamos por la derecha y continuamos por el río entre brezales y grandes helechos; el murmullo y el frescor del agua es maravilloso.

Cuando consideramos que los pies se han remojado lo suficiente retornamos por nuestros pasos. Pero ahora si tomamos una preciosa vereda que avanza paralela al río. . En ocasiones asciende y desciende pegada a las rocas; otras veces avanza entre los pinos, rodeada de helechos.


Una ruta preciosa a la que hemos hecho una primera aproximación. La próxima vez llegaremos hasta la Cascada de la Monticana.

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