sábado, 27 de mayo de 2023

Casa de Porras en el Cacín.


La pasada ruta la realizamos por el río Cebollón que tributa al Cacín; en esta ocasión recorremos los Tajos del Cacín, una vez que sus aguas forman el Embalse de Bermejales.


Una vereda maravillosa, con paisajes imposibles, donde la roca y el bosque de ribera no se entienden el uno sin el otro. Las ranas croan y los tajos amplifican su canto. Dos cernícalos ahuyentan un búho que se escondía en una oquedad. Las garzas nos sobrevuelan. Las chovas piquirrojas graznan sus amoríos.  


Y el sonido del agua y la lluvia; una oportunidad para que renazca la primavera. Una inmersión en el río secreto del Neolítico.


Las aguas embalsadas en Los Bermejales fluyen rápidas bajo los desfiladeros de los "Cañones del Cacín", un paraje clave para la aventura y conocer una comarca del interior de Granada, cargada de naturaleza e historia


Estrechas gargantas con tajos de 100 metros de caída forman el cauce por el que discurre el agua. Es un estrecho bosque de galería que asoma desde el fondo de una fractura geológica que hace millones de años horadó la roca. Dibuja un trazado zigzagueante que rompe la monotonía marrón y gris de las tierras de del Temple. 


Bajo las copas de esos álamos, fresnos y sauces que crecieron hasta superar la altura de los desfiladeros, discurre el río Cacín, aguas procedentes de la cercana sierra de Alhama.


Son algo más de dos kilómetros que se conocen como los Cañones del río Cacín, que guardan los secretos de un paraje habitado desde hace más de 6.000 años, en las últimas etapas de la Edad de Piedra, y se mantiene casi sin alteraciones, gracias a una orografía que lo hace inexpugnable.



El poder del agua y el tiempo han generado un enorme y escondido cañón con estrechas gargantas, pasadizos de areniscas y tajos de formas inimaginables. 


Llegamos al poblado de Los Bermejales, un núcleo creado tras la construcción del embalse. Junto a su iglesia al aire libre, la ermita de la Inmaculada, parte un sendero que nos lleva a un mirador en el que contemplar la imagen de la presa.


El sendero discurre durante un buen tramo por la parte superior de los tajos, lo que permite admirar las formaciones rocosas. Las calizas forman un milhojas de sorprendente belleza. Abundan las retamas plagadas de flores amarillas que lo inundan todo con su aroma. Y encontramos una curiosa planta parásita, la cuscuta, formando una red de filamentos rojizos sobre un arbusto. 


El sendero atraviesa un par de barrancos y después desciende hasta la misma orilla del río, donde se ve con más claridad el profundo corte que ha hecho el agua en la roca a lo largo del tiempo. Llueve y las gotas se balancean en cada hoja.


El camino nos lleva hasta una escalera metálica por la que salvamos la primera de las dificultades. Y desde ahí comenzamos a ascender por el Barranco del Lojeño hasta llegar a una explanada situada junto a una imponente pared caliza. En la subida nos sorprenden las flores de las alcaparras.


Nos encontramos en un cruce de caminos. El de la izquierda nos vuelve a meter en el cañón y el de la derecha, que es el que tomamos, nos conduce hacia el Cortijo del Cura. 


Avanzamos ahora por un camino sencillo y ancho rodeados de olivos y cultivos de cereal. Es el camino de las Navillas. Pasamos junto a unos invernaderos abandonados y dejamos atrás el derruido Cortijo del Pavo. Al frente, en mitad de unas choperas, el pueblo de Cacín. 


Llegamos hasta el puente del Camino de la Navilla o puente romano, aunque es de 1940. 


No lo cruzamos, sino que tomamos una vereda por la derecha del cauce que, tras ascender levemente y pasar junto a la Piedra de Torcuato, nos lleva hasta un indicador que marca la bajada hacia el río. 


Una enorme maraña de zarzas, álamos, marrubios, emborrachacabras higueras, rosales silvestres y sauces, bordean el estrecho sendero por el que caminamos y que, de inmediato, desemboca en el cauce.


Hay que andar aguas arriba. Un puente de hierro y madera nos permite cambiar de ribera y salvar el primer gran tajo que cae recto sobre el agua. 


Es una maravillosa vereda custodiada por una abundante y diversa vegetación y enmarcada por tajos calizos que se inclinan a ambos lados del cauce. En el recorrido encontramos  dos puentes colgantes de cinco y diez metros de longitud respectivamente, formados con troncos atados entre sí y anclados a las paredes mediante finos cables de acero. 


Nos espera un sorprendente paisaje, con grandes formaciones rocosas extraplomadas sobre el cauce. El agua transcurre tranquila y algo turbia por las lluvias caídas. 


Continuamos caminando y superando desniveles ascendentes y descendentes por una vía ferrata que nos pone a prueba. Cuerdas, cables, enganches en la roca... Toda una aventura. 


Huele a tierra mojada, a mejorana y ruda. Una planta llama la atención de nuestro botánico de cabecera, la efedra. Tiene muchas aplicaciones médicas y farmacéuticas. De ella se obtiene un estimulante para el sistema nervioso central, se emplea durante los estados depresivos y la narcolepsia. La efedrina, fármaco utilizado para tratar el asma, se sintetiza a partir de esta planta. Puede que sea una de las primeras plantas con propiedades psicoactivas utilizadas por la humanidad.


De vez en cuando alzamos la vista para observar las repisas de arenisca, a alturas de diez metros sobre el cauce, en las que se encontraron restos de asentamientos de los habitantes del neolítico, entre ellos uno de los tesoros del Museo Arqueológico Nacional, la Olla de Cacín, el vestigio de cerámica radial mejor conservado de Europa meridional.


Una serpenteante subida nos lleva de regreso al desvío hacia el Cortijo del Cura. Y de nuevo por el camino de las Navillas, tras recorrer unos tres kilómetros, volvemos al embalse de los Bermejales. 


Caminamos rodeados de olivos y almendros. El barro se pega a nuestras botas como si nos invitase a que no abandonásemos tan bellos parajes.


Completamos así una ruta de 14 kilómetros, 322 metros de desnivel acumulado y multitud de sensaciones que mariposean en nuestras entrañas. 

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