Esta vez nuestra ruta transcurrió por el río Monachil a su paso por Los Cahorros. Los “cahorros” hacen referencia a las zanjas
excavadas por el agua que baja torrencialmente por las laderas muy pendientes
de este cañón.
Razones
para seleccionar esta vereda nos sobran: es un río fresquito de montaña encajado en un impresionante valle, se encuentra dentro de un parque natural y está
lleno de elementos emocionantes.
Disfrutamos del paisaje
y, como no, hicimos de intrépidos exploradores que no temen a las estrecheces, a caminar de gatas, a arrastrar el culo, a brincar por las piedras o al vaivén de los puentes
colgantes.
El cañón de los Cahorros es uno de los mayores atractivos
del municipio de Monachil. Es una zona de media montaña de materiales calizos,
más jóvenes que los silíceos de las altas cumbres, lo que da lugar a
formaciones abruptas y erosionables. El agua y el tiempo juegan a su antojo con la roca.
El itinerario discurre por el
Parque Natural de Sierra Nevada. Lo más típico del recorrido es el puente colgante de 63 metros de longitud y
cien años de antigüedad.
Nosotros partimos andando desde el pueblo en dirección a la Estación Hidroeléctrica
del Tranvía. Hasta allí llegamos por una ancha vereda rodeada de huertas.
Tras refrescarnos en una fuente, nos adentramos en el paraje de los Cahorros a través de una zona donde los frutales, el
bosque de ribera y los pequeños puentes se van alternando. Quince días más y habríamos hecho los honores a las cerezas aún verdes.
Llegamos al gran puente, que atravesamos despacito para contemplar el paisaje y disfrutar de las sensaciones que en nosotros despierta.
Al otro lado el mundo cambia. Contemplamos los espectaculares
tajos verticales, los angostos pasos de piedra y la riqueza ecológica del
entorno. Pasamos por la Cueva de las Palomas (aunque son los murciélagos sus propietarios), resultado de un derrumbe del estrecho valle, unos de los puntos más bellos del camino.
Dado que no existe casi desnivel en la mayor parte del recorrido, las
dificultades no son grandes. Sin embargo, hay momentos en los cuales el
trayecto se vuelve un poco más complicado y tenemos que hacer gala de agilidades áun no perdidas. De
vez en cuando hay unas anillas en las paredes para poder sujetarse, para hacer
frente a lo estrecho del sendero.
Nuestro camino finaliza en las Azuleas donde contemplamos el vuelo acrobático de las chovas piquirrojas y los majuelos preñados de flores blancas.
Regresaremos por los Cahorros Bajos hasta el pueblo.
Ningún sendero puede con los andarines silvestres de Buenos Aires; la copla de Kiko Veneno les viene que ni al pelo:
Yo cojo el camino,
me voy sin maleta
las flores del campo
no quieren maceta.
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