domingo, 23 de mayo de 2021

Ruta nocturna de Casa de Porras

Hay senderos en los que te reencuentras con tus orígenes. Somos parte de la naturaleza que se rige por el baile del sol y la luna.  No hace falta irse lejos, buscar lugares exóticos y paradisíacos. Solo necesitamos una noche de luna, un bosque y la entrada de una cueva. Solo necesitamos acercarnos a la Sierra de Huétor de noche. 

Esta noche lunática, donde las nubes juegan con el resplandor de la gibosa creciente, caminamos por un sendero que nos permite atravesar este Parque Natural por zonas rocosas y bosques de pinos y encinas. Hoy no buscamos panorámicas del paisaje; centramos nuestros sentidos en los murmullos, en la percepción casi olvidada de lo que la luna ilumina.

El sendero comienza muy cerca de la casa forestal Los Peñoncillos, por una pequeña vereda que nos conducirá al corazón del Parque Natural Sierra de Huétor. Es un viejo camino de herradura que podría contarnos infinidad de historias serranas: la Cañada del Sereno.

Nos encontramos inmersos en un fantástico pinar de repoblación donde destaca el pino resinero.  A ras del polvoriento suelo el olor del tomillo, la gayumba, la mejorana y la manzanilla. Poco después de la loma de los Corrales, camufladas en la penumbra, aparecen unas viejas construcciones ganaderas.

Continuamos, a media ladera, hasta el mirador de la Zarraca. Desde que se ha puesto el sol, nos acompaña una luna que se asoma ocasionalmente entre las nubes. La rodea una aro blanquecino que anuncia lluvias. Seguimos hasta el mirador de los Marmoles, donde nos despedimos de la cañada. Pero antes, nos topamos con uno de los responsables del coro anfibio que pone sonido al paisaje, un pequeño sapo corredor. 

Nos dirigimos ahora a la Cueva de los Mármoles. Una vereda en ocasiones pedregosa y pendiente nos baja a lo hondo del valle. Los frontales son imprescindible, sobre todo cuando atravesamos un viejo pinar que parece ideado por Tim Burton. Sus ramas bajas y secas parecen reclamar nuestras almas. Al salir del bosque, una suave subida nos conduce hasta los prados que rodean esta cueva, labrada con paciencia geológica por el agua. Y al acercarnos, escapa un macho cabrío que en ella descansaba. 

Nos detenemos en esta oquedad donde estalagmitas y estalactitas se unen formando hermosas columnas calizas. Es un encantador rincón de la sierra que por la noche nos hace viajar en el tiempo; dentro de la cueva, o sentados junto a su entrada, sentimos el influjo mágico de la luna. Y algunos se transforman en maléficos zombis.

Desde allí bajaremos a la Fuente de la Teja, rodeados bajo un manto de pinos resineros, encinas y quejigos, y acompañados de madreselvas, ruscos, rosales silvestres y majuelos. Es un lugar fresco y tranquilo, lleno de surgencias de aguas que formarán parte del río Darro. 

Descendemos por una pista ancha acompañados por alisos, sauces, álamos, juncos. No hacen falta los frontales, la luna actúa como un espejo de la luz del sol. Y así, llegamos hasta un cruce en el que decidimos subir a las Trincheras de las Veguillas. Del bando de los sublevados, constituían una atalaya defensiva del valle abrupto del río Darro. Pasamos por sus túneles y sentimos la angustia y el miedo de las noches más negras de nuestra historia. Nos detenemos a escuchar el ulular de los cárabos.

Retornamos a la pista forestal que nos conduce, siempre en ascenso, a los Peñoncillos, completando unos 8 kilómetros. Una ruta nocturna y fresca que nos limpia de urbanidad.

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