En la primera ruta del 2023, nos dirigimos hacia el sur por una ruta milenaria que unía Iliberris con la antigua Sexi. Nos encontramos con un privilegiado lugar situado en la vertiente suroccidental del macizo de Sierra Nevada. Estamos en Las Lagunas de El Padul, en una mañana donde el sol juega con los bancos de niebla.
Realizaremos un itinerario sin cuestas, que los polvorones todavía lastran nuestros pasos, por un terreno parcialmente labrado, salpicado de pequeñas lagunas y manantiales que vierten sus aguas a unos canales de drenaje denominados localmente “madres”.
La importancia de este lugar es grande, al ser el único humedal natural de la provincia de Granada, el cual es utilizado por numerosas aves acuáticas como descansadero en sus migraciones o como hábitat de invernada. Y nos encontramos con la mayor extensión de carrizal de la provincia.
Por sus valores ecológicos, científicos y paisajísticos, figura como zona protegida en su máximo grado dentro del Parque Nacional de Sierra Nevada. Además, cuenta con una peculiar turbera, la más meridional de Europa, en la que suelen aparecer con relativa frecuencia huesos de mamut.
Partimos de una localidad cuyo nombre tiene su origen en el vocablo latino “palus-dis”, que significa laguna o charca. Posteriormente, en la época árabe se transformó en Al Badul, que con el paso del tiempo se convirtió en el nombre actual.
Al ser paso obligado entre la Vega de Granada y las Alpujarras o la Costa, en el Padul han dejado su huella numerosos pobladores y así lo atestiguan los cuantiosos yacimientos arqueológicos encontrados en sus alrededores. Los más antiguos, los utensilios paleolíticos pertenecientes a grupos de Neardentales asentados estacionalmente junto a la laguna, probablemente para acorralar y cazar a sus grandes presas.
Salimos desde la Calle Real y nos encaminaremos por la avenida de la Fuente de la Salud hacia la alberca palmones y la laguna del Ojo Oscuro, llamado así por el color oscuro que confiere a sus aguas el limo del fondo.
Existen muchas leyendas sobre este lugar. Por ejemplo, cuentan que hace muchos años, a un vecino de El Padul se le extraviaron los bueyes que tiraban de su carro hundiéndose en el Ojo Oscuro. Apariciones fantasmales en la laguna los habían enloquecido. Cuentan que al cabo de los meses, el carro y los huesos de las bestias aparecieron en Motril. Habían sido arrastrado por las aguas subterráneas. Flipaban un poco.
Un geólogo nos contaría que nos encontramos ante una fosa tectónica que presenta afloramientos en las zonas de ruptura de las dolomías en sus bordes norte y sur, lo que favorece la afluencia de aguas desde amplias extensiones. La naturaleza del terreno a base de turbas y sedimentos finos de baja permeabilidad es responsable de la aparición de numerosos manantiales en los contactos como el del Ojo Oscuro. Lo de los bueyes espantados por fuegos fatuos vende más.
Desde allí nos ponemos a andurrear por las sendas trazadas con caminos de tablas que recorren el perímetro de la laguna del Aguadero, acercándonos a la gran higuera de los deseos. Espero que lo que anhelamos no sea tan retorcido como sus ramas y raíces.
Nos acercamos a los jardines del Aula de Interpretación, donde nos fotografiamos junto a una muestra de los animales que poblaron estos parajes en la última glaciación.
Posteriormente atravesaremos la vega del Padul en dirección a la Turbera Agia siguiendo las lindes de algunas “madres”: la madre maestra, la madrecilla de Quití o la madre del Vetano.
La laguna de El Padul fue primitivamente bastante extensa, llegando hasta el pie de las murallas de su castillo asentado en las faldas del llamado Cerro del Manar. Sus aguas, entonces sin salida y corrompidas, fueron causa de la existencia de grandes nubes de mosquitos, transmisoras de la enfermedad del paludismo. Entre los siglos XVIII y XIX se abrieron los cauces que actúan como canales de drenaje. Estas madres desecaron gran parte de la laguna y permitieron el cultivo de las fértiles tierras circundantes. La salida de todas las aguas se produce por el conocido Río Viejo o de la Laguna. En la actualidad la zona encharcada y cubierta de vegetación palustre ocupa unas 60 hectáreas, aunque varía en función de las lluvias.
Visitamos una peculiar turbera, la más meridional de Europa, en la que suelen aparecer con relativa frecuencia huesos de mamut y otros animales ya extinguidos. La turba se extrae de las canteras, se apila para su secado, se tritura y se vende para la agricultura intensiva. Las canteras de turba abandonadas contribuyen a la formación de lagunas como las de la Turbera Agia.
Siguiendo la acequia del Río Viejo llegaremos hasta la acequia del Haya que nos conduce a la Fuente del Mal Nombre. Cuentan los vecinos del Padul que esta fuente se llamaba la Fuente del Coño, con perdón. Un cura al preguntar por el nombre de aquel manantial que sació su sed dijo escandalizado “¡Esta fuente tiene un mal nombre!” y de ahí su denominación actual.
En este curioso lugar, junto la ladera del Cerro de los Molinos, visitaremos las huellas del camino ibero-romano. Se trata de los restos de una antigua vía, probablemente muy frecuentada desde los tiempos de los asentamientos iberos, (con las marcas de las ruedas de los carros grabadas en la roca), que en tiempo de los romanos unía las ciudades de Iliberis y Sexi (la antigua Almuñecar).
Finalmente nos dirigimos hacia el pueblo del Padul por el Camino de los Molinos y la avenida del Valle de Lecrín, completando así los 12 kilómetros del recorrido.
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