miércoles, 20 de octubre de 2021

Comienza el Senderismo de Buenos Aires.


Hoy es un día muy importante. Tras más de año y medio sin salir a andurrear juntos, los senderistas de Buenos Aires inician sus rutas. Nos empujan los vientos de paz de un 20 de octubre en el que celebramos los diez años de la desaparición de ETA. Y además, es también el décimo aniversario de la primera ruta que hicimos con vosotros. Hoy hay mucho que celebrar, mucho, mucho.

Caminamos entre los pagos de la Acequia Arabuleila y la Acequia Tarramonta.

Partimos del Museo Memoria de Andalucía; recorremos el parque Tico Medina que lo delimita y pasamos bajo la circunvalación para dirigirnos a la ribera del Monachil. Recorremos su margen hasta llegar al Genil, donde tomaremos la Vereda de la Requica, una de las dos vías pecuarias que atraviesan el municipio de Armilla. La otra es la de Los Tramposos, pero esos no son nuestros derroteros.

Pronto nos encontramos con la Acequia Tarramonta que nos conduce hasta el final del Camino del Baño, conocido así por los baños árabes del siglo XII que hay en Churriana. 

Cruzamos la carretera llamada “del Barco” y, por el camíno Viejo de Cullar, llegaremos hasta el río Dilar. Donde desemboca la Tarramonta tomamos un camino a la derecha para seguir el trazado de esta acequia. La Vega está vestida de otoño. Los maizales ya secos o recientemente cosechados, las esparragueras exuberantes, los ajos tempranos asomando en hileras sobre los paralelos caballones... Y los membrillos maduros y los nogales cuajados de nueces. 

Tomamos un desvío a la derecha que nos conduce al Cortijo Montesanto y desde allí llegamos al Camino de Cantarranas también llamado de Ambroz. Tomamos un camino a la izquierda que nos conducirá hasta el Aula Rural de Ciempiés donde repondremos fuerzas. 

Tras el aperitivo más que merecido que compartimos con las gallinas y un corro de palmas en el que se presentan los nuevos y nuevas caminantes, hacemos la foto de familia. 





Ahora pasaremos junto el Pozo de Santa Clara donde tenemos la suerte de poder visitar su sorprendente brocal. Proseguimos hasta llegar de nuevo  la acequia Tarramonta. Con ella cruzamos la carretera del Barco y la seguimos hasta que el camino desaparace y debemos seguir por la servidumbre de paso de un ramal de la acequia. Llegamos así a la Vereda de la Requica que de nuevo nos llevará hasta Granada.

Junto al Pozo de Santa Clara leemos el comienzo de la publicación de la leyenda que allí se cuenta y que compartimos aquí con vosotros.

Todos estamos llenos de miedos, de frustraciones, de mentiras. El modo con el que jugamos estas cartas y las combinamos con otras puede determinar el éxito o el fracaso de la partida.

Esta historia habla de un pocero, oficio antiguo y bien considerado. Su nombre nadie lo conoce; se ha perdido carcomido por el tiempo. La transmisión oral no ayudó a su recuerdo ya que, quienes sabían de él, se negaron a nombrarlo. Las leyendas lo refieren como el pocero de Santa Clara ya que este antiguo pozo, ubicado en los pagos de la acequia Tarramonta, ligó su destino al personaje. No lo imaginéis como un pozo de cuento. Su brocal es de un diámetro tal que una escalera de caracol lo recorre más allá de la frontera donde se detiene la luz; no hay cubo ni cuerda, sí una oxidada tubería que asciende como un gusano de metal. Y un gancho permanece suspendido, señalando el centro del agujero negro, como el péndulo de un reloj sin tiempo. Su cometido, ascender o descender el corazón que impulsará agua robada a los infiernos. 

La infancia transcurrió en la Vega de Granada, enredado en las labores de la tierra. Sus padres y abuelos trabajaron el tabaco, la remolacha, el cáñamo y el lino. Uno de sus tíos pastoreaba ovejas y cabras. Le gustaba acompañarle cuando llevaba el rebaño a rebuscar entre los restos del maíz recién cosechado; ese espacio abierto era en verano un laberinto en el que se perdía, rodeado de la sofocante humedad del maizal, rozando las aún verdes panochas. En la soledad de aquel escondite embarrado, encontraba tranquilidad, ignorando el olor y el zumbido de los chinches verdes y geométricos.

Jugaba en las choperas con sus amigos. Al escondite, al lebrillo o a la tangana. Su habilidad lanzando la herradura para hacer saltar las perras gordas que reposaban en el tarugo de madera, era sorprendente. Y corría por la vera de las acequias y ramales detrás de barquitos hechos con trozos de madera e imaginación. A veces se detenían en los partidores o caían en la trampa de las algas que los rodeaban con sus verdes y viscosos cabellos. No los liberaba, solo se quedaba un rato observando su cautiverio; y se sentía como ellos. 

Un placer caminar a vuestro lado y compartir buenas nuevas con gente tan guapa. 

55 senderistas y 14 kilómetros recorridos. 

1 comentario:

Unknown dijo...

Ha sido un placer volver a verte, y gracias por las fotos y tus comentarios.
Pero de lo que más me alegro, fue de la noticia que nos diste.
Un abrazo