Qué mañana tan maravillosa en la Sierra de Huétor, esa que no decepciona ni en cortas ni en largas distancias. Colores, siluetas, aromas, texturas y sonidos en equilibrios cambiantes y perfectos. Cielo, árboles y rocas definiendo paisajes en planos que se superponen hasta completar el lienzo. Y el sol se posa cálido y acaricia nuestra piel en alerta por frío.
Hemos disfrutado de un sendero invernal que nos permite atravesar el Parque Natural de la Sierra de Huétor por zonas rocosas y bosques de pinos y encinas. A lo largo del recorrido de una docena de kilómetros, hemos ido parando en distintos miradores para contemplar el paisaje moldeado por el agua; las manos de la naturaleza moldean cerros, cuevas, majadas y valles a los que nos afanamos en ponerles nombre.
Gran parte del recorrido lo realizamos por un antiguo camino de herradura; podemos imaginar a los arrieros andando al ritmo de los cascos de sus mulas. Pero lo sorprendente de la ruta de hoy son los contrastes, la diversidad de paisajes y sensaciones.
El sendero comienza muy cerca de la casa forestal Los Peñoncillos. Antes de llegar a ella cogeremos una pequeña vereda que nos conduce al corazón del Parque Natural Sierra de Huétor a través de un fantástico pinar de repoblación donde destaca el pino resinero.
Nos adentramos en una zona denominada El Jardín, en la que el pinar clarea y cede terreno a las encinas; en el sotobosque se entremezclan tomillos, salvias, romeros, jaras, agracejos, mejoranas y enebros.
Tras pasar la Loma de los Corrales dejamos a la izquierda del camino unas viejas construcciones ganaderas. Abandonamos unos metros el camino para pasar junto a muros protagonistas del pasado rural de esta sierra. Continuamos caminando hasta el mirador de la Zarraca, donde disfrutamos del perfil de Sierra Nevada.
Seguimos dirección norte atravesando nuevos barrancos y majadas; paramos en el mirador de Los Mármoles y nos desviamos unos metros al del Polvorite. En frente el Majalijar y el Cerro del Corzo coronado por una caseta de los forestales.
Al llegar a un cruce de caminos seguimos la vereda a la izquierda, siempre en descenso por la umbría del Polvorite. Cruzamos un arroyo seco donde se acumula el hielo y conectamos con la pista forestal de Polvorite. Pronto nos volveremos a desviar a la izquierda siguiendo la indicación de La Cañada del Sereno. Isa y Espe nos muestran sonrientes el camino.
Descenderemos por una zona de gran riqueza vegetal. Nuestro camino discurre entre pinos negros, laricios y silvestres hasta llegar junto a la base del Cerro del Púlpito.
Estamos ante una mole de roca caliza a modo de pirámide de 1.426 metros de altura, que comparte grandeza con el Cerro de Garay, a la derecha, y con el Calar de los Mármoles, a nuestra izquierda. Nos detenemos en una explanada soleada para tomar aliento y un refrigerio.
Pero un puñado de locas y locos meriendan mientras ascienden a lo más alto del Púlpito, donde las lajas de caliza rodean los chaparros de la cima.
Rodeamos el Púlpito y continuamos bajando hacia la Fuente de la Teja. Y como somos grandes andarines, tomamos la senda de la izquierda que nos conduce hasta la maravillosa Cueva de los Mármoles. Dos grandes columnas parten las oquedad en dos.
Nos hacemos una foto en su interior y Celia sufre de repente el mal del cavernícola. Mientras, Elena cabalga en un corcel arbóreo.
Volvemos a bajar a la Fuente de la Teja donde el monte rompe aguas para parir al río Darro. Descendemos por la pista acompañados por alisos, sauces, álamos, juncos.
Y así, llegamos hasta el Barranco de las Tejoneras donde la pista gira hacia el este, ahora en moderada subida. Y alcanzamos el mirador de las Veguillas, lugar desde el que podremos contemplar el barranco del Darro.
La vereda nos lleva de nuevo a Los Peñoncillos completando una ruta circular de 14 kilómetros y 414 metros de desnivel acumulado.
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