Esta mañana el grupo de senderistas Buenos Aires recorremos un rincón de Las Alpujarras, en concreto la vereda que une los pueblos de Cañar y Soportujar.
Una bonita ruta que recorre un valle que debería estar más verde pasando por el emblemático Dique 24. Un camino que une un pueblo con un encanto propio, Cañar, con otro que se ha convertido en un parque temático de una tradición pillada por los pelos, Soportujar. Eso sí, los que fomentaran que esta localidad sin mucho embrujo se transformara en lugar de reunión de brujas con ganas de aquelarres, se merecen un vuelo en escoba.
Comenzamos la ruta en un helipuerto donde aterrizó nuestro autobús. A un kilómetro nos encontramos con la localidad de Cañar (1000 m de altitud).
Los orígenes de este municipio se remontan al siglo VIII, los primeros años de la ocupación musulmana de la Península Ibérica. De esta época data la alquería aneja de ‘El Fex’ y las acequias de riego. A mediados del siglo XIV, con la división administrativa de la Alpujarra, Cáñar se incluye dentro de la Taha de Órgiva.
Posteriormente cae en manos de los Reyes Católicos. La población sufrió una represión intolerable que desencadenó la la sublevación contra Felipe II. En 1568 un rico terrateniente de la zona, Hernando de Válor, que tomó el nombre de Abén Humeya, se levantó en armas lo que provocó una revuelta general entre los moriscos de todo el reino de Granada.
Las discrepancias internas entre los propios moriscos facilitó que Juan de Austria acabara pronto con el levantamiento. Los moriscos serían definitivamente expulsados en 1609 y Cáñar se fue repoblando con colonos procedentes de otros reinos de España.
Llegamos a Cañar por el paseo de la Música de las mozuelas y el lavadero, llegando hasta la plaza donde nos reciben muy amablemente el alcalde Manolo y su concejala Josefina. Visitamos el Mirador de África, y el rincón de García Lorca, donde un cartel nos habla de la visita que hizo el poeta a esta localidad.
"Nunca olvidaré el pueblo de Cañar con sus lavanderas cantando y los pastores sombríos. Vi una reina de Saba desgranando maíz sobre una pared color ratón y violeta; y vi un niño rey disfrazado de hijo del barbero"
Visitamos la Iglesia Parroquial de Santa Ana donde nos fijamos en su pila bautismal, el retablo, unos santos un tanto enigmáticos y su antiguo órgano sin voz.
Atravesamos el pueblo con calles, tinaos y plazuelas que atesoran autenticidad sin alardes ni inventos. Numerosas fuentes adornadas con simpáticas coplillas. Y llegamos hasta la Fuente de "Ya Bajos" junto a la cual encontramos otros lavaderos y una señorial sequoia.
Iniciamos el Camino del Dique 24, deteniendonos en un bonito mirador desde donde contemplamos todo el valle del río Guadalfeo, Soportujar, Carataunas, el pantano, la sierra de Lujar y la Contraviesa. Si bajamos la mirada nos topamos con una era semicircular rematada en su borde con grandes lascas y unas casas de piedra en ruina.
Ahora la vereda transcurre a media ladera, cómoda de caminar. En el camino algunas coníferas y almendros mostrando las últimas flores. En los laterales algunas huertas aprovechando las llanadas de las terrazas.
Pronto llegamos al impresionante Dique 24, una infraestructura de contención del río Chico. Ahora es ciertamente cómico que una construcción de tales proporciones, con una caída de unos 30 metros tenga como finalidad domesticar un arroyo sin agua.
Se construyó en 1943 con el objetivo de controlar las repentinas inundaciones provocadas en este barranco. Barja, un poblado anejo a Cáñar, quedó destruído por unas inundaciones en 1816.
Tras merendar y hacer las fotos de rigor, pasamos el dique y empezamos a bajar por la otra vertiente por unas escaleras. Comenzamos ahora por una vereda que avanza junto a la acequia de la Vega.
El agua es abundante y cristalina. Pero debemos caminar con cuidado en algunos tramos por lo estrecho del paso. Pasamos junto a casas de piedra abandonadas y bonitas eras que nos hablan de la vida serrana de otras épocas ya en blanco y negro.
Abandonamos la acequia y comienza una pista encementada con mucha pendiente que nos conduce al pueblo de Soportujar.
Llegamos a la Era de los Aquelarres. Y a partir de ahí: brujas, gatos, búhos, calderos, escobas y más brujas.
Como casi todo en esta vida, la relación de Soportujar y la brujería tiene una explicación (tal vez sería mejor decir una justificación para conseguir una peculiaridad que atraiga al turista).
Todo comenzó con la famosa Rebelión de las Alpujarras durante el reinado de Felipe II. La población morisca se alzó en armas contra la Pragmática Sanción de 1567 , una ley que limitaba la cultura y costumbres islámicas. Una vez derrotados los sublevados, fueron expulsados y toda esta zona se repobló con colonos provenientes del norte, gallegos de paganas costumbres conocidos como los brujos. Y a partir de ahí, un poco de imaginación y ...
Finalizamos así una ruta alpujarreña, cuyo trazado se asemeja al gorro de una bruja, de 8 kilómetros y 300 metros de desnivel acumulado. Y ya sabéis: eu non creo nas meigas mais habelas, hainas.
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