En el 8 de marzo, nuestras senderistas se empoderan.
Hacía tiempo que los senderistas de Buenos Aires no nos acercábamos al vergel del Río Durcal, a sus ricas vegas y al magnífico bosque de galería que lo custodia. Como no puede ser de otro modo, nos fijamos en los puentes que, en distintos momentos de la historia, han trazado posibilidades de entendimientos entre sus márgenes.
Siempre se ha dicho que Dúrcal es el pueblo de los puentes; tiene una manita de ellos que se han utilizado a lo largo de la historia para cruzar el río que pasa por la localidad. Hasta el cauce del río Dúrcal, con sus tajos de más de 200 metros, los caminos que desde Granada se trazan para alcanzar el Valle de Lecrín, las Alpujarras o la costa no encuentran excesivas dificultades orográficas. Pero este valle obliga a los hacedores de puentes a darle al coco.
Comenzamos en el Restaurante El Zahor, entre Dúrcal y Cozvijar. Tras hacernos una foto en el Mirador del Puente de Lata, tomamos un camino que parte desde aquí hacia la localidad de Cozvijar. Tras pasar por las casas rurales El Valle y Eralta, tomamos una vereda muy fresquita que nos baja entre almeces retorcidos y chopos hasta el río, a la altura de la Granja Escuela El Molino de Lecrín. Es la denominada Cuesta de Cozvijar.
A pocos metros nos encontramos con el primer puente, el más antiguo. Es conocido por los habitantes del pueblo como puente romano, aunque su origen puede ser de época medieval. Construido en piedra y con un solo ojo este puente estuvo en funcionamiento hasta mediados del siglo XIX. Si guardamos silencio, el agua cantarina intentará imitar el recuerdo ancestral del sonido del paso de caballerías, del roce de las ruedas sobre los guijarros y el silbido de los arrieros, que durante siglos utilizaron este pequeño puente.
Nos adentramos en el barranco de los Molinos que discurre bajo grandes tajos de paredes verticales que protegen un ecosistema de ribera y genera un canal verde que enlaza estas sierras con los valles y cerros abiertos de las tierras de Lecrín, donde el Dúrcal se convierte en el río Ízbor.
En breve, si alzamos la vista sobre el cauce, nos encontramos la imagen férrea del llamado ‘puente de lata’, ensamblado a base de vigas y anclajes de hierro para dar paso al tranvía que llegaba desde Granada y conectaba con el sistema de cable que servía de transporte hasta Motril.
Pero su historia comenzó dos décadas antes. El puente de lata se construyó en 1906 para salvar el arroyo de Gor y que pudiese pasar el ferrocarril entre Guadix y Baza. Fue una de las obras de ingeniería ferroviaria más importantes de España, pero tuvo mala suerte, ya que poco después de inaugurarse un corrimiento de tierras provocó problemas de estabilidad en uno de los pilares, por lo que el tren tenía que pararse, bajar a los viajeros y recorrer el viaducto vacío. Los pasajeros cruzaban el puente andando y volvían a montar en los vagones al otro lado.
En los años veinte, el puente se desmontó y se trasladó a Dúrcal. El 18 de julio de 1924 se inauguró. Tenía casi doscientos metros de largo menos que en Gor, pero era mucho más alto, por lo que tuvieron que sustentarlo en pilares de piedra. Este viaducto estuvo en funcionamiento hasta el año 1974 con la línea de tranvías eléctricos de Granada a Dúrcal.
Seguimos caminando. Los grandes álamos y almeces parecen querer alcanzar la altura de los puentes bajo los que pasamos. Nos encontramos con el puente de la carretera nueva que fue construido el año 1980, se realizó ante la necesidad de modernizar el trazado de la nacional 323 y evitar la travesía por Dúrcal. Este puente tiene una longitud de 218 metros.
Finalmente llegamos al Puente de Piedra o de Isabel II, cuyos siete arcos de medio punto fueron construidos en la segunda mitad del siglo XIX como parte de la nueva carretera que enlazaba Granada y Motril.
Tras acercarnos a ver un prado verde lleno de nogales, regresamos unos metros para atravesar el río por un puentecillo de tablas. Caminamos ahora por el sendero Nico Molina-Río Durcal, por la margen derecha, hasta llegar a las primeras mesas del área recreativa donde tomamos un refrigerio.
Cruzamos ahora a la margen opuesta y seguimos río arriba hasta llegar a la Poza de la Pileta o Pipa, donde coinciden el cauce del río Durcal y el Barranco de la Rambla. El Cerro del Gallo y la Chaja al fondo.
A partir de aquí estamos en los límites del Parque Natural de Sierra Nevada. Nos adentramos un poco por esta rambla muy erosionada por el agua. Desde aquí parte la ruta de Los Bolos y la vereda del Obispo. Subimos unos altos escalones entre cipreses para alcanzar una pista que, a media ladera, nos conduce, junto a la acequia Márgena, de regreso a Dúrcal.
Al llegar al instituto IES Valle de Lecrín, tomamos un carril a la derecha; entre fértiles huertas y almendros en flor, llegamos a los restos de una de las torres de alquería que los musulmanes levantaron en el Valle de Lecrín en el siglo XIV, nos referimos a la Torre de Márgena o Mahina. Gracias a las indicaciones del Google Map llegamos sin ninguna incidencia.
La Torre de Márgena tiene unas características constructivas y funcionales muy similares a las de otras torres de alquería que se conservan en la vega de Granadina, como las torres de Romilla, la de las Gabias, y la Torre de Bordonal, en Cijuela.
Las torres de alquería o de vega son espacios fortificados, de ámbito militar levantados durante la dominación árabe, y ligados por lo general, a una población rural. Serviría para controlar la red viaria comercial de la zona, así como para dar la voz de alarma a la población ante cualquier peligro grave, para que se resguardaran en el castillo de la localidad.
Ya solo resta llegar hasta el Puente de Lata y darnos el gustazo de atravesarlo. Su belleza arquitectónica y de construcción lo hacen único. Desde él las vistas sobre el valle del río y sobre toda la comarca del pueblo son excelentes. Tiene una longitud aproximada de 200 metros.
Completamos así una sensacional ruta de 10,8 km y 165 metros de desnivel por la localidad de "los Puerta" (sin ese, por favor).
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