Finalizamos el módulo II del Senderismo de Casa de Porras con una ruta muy disfrutona, un paseo a la vera del mar.
Nos acercamos a un espacio natural protegido poco conocido, los Acantilados de Maro – Cerro Gordo. Está situado en una comarca cuyo clima subtropical define un entorno natural y una agricultura muy peculiar. En un boceto del paisaje dibujamos una sucesión de acantilados y barrancos, pequeñas calas, el abierto paisaje oceánico y viejas torres vigías que todavía mantienen el romanticismo de antaño.
Maro – Cerro Gordo fue declarado Paraje Natural en 1989 debido a la singularidad de su paisaje, a sus ricos y diversos fondos marinos y al gran interés de la vegetación que alberga. Este espacio natural protegido, compartido entre Málaga y Granada, consta de 395 hectáreas de acantilados y de una franja marina de una milla mar adentro. Gracias a su abrupto relieve (acantilados que superan los 80 metros de altura) se ha visto libre de las fuertes transformaciones sufridas por otras zonas del litoral mediterráneo.
En el paisaje de Maro - Cerro Gordo las Torres de Vigía del siglo XVI tienen un gran protagonismo. Cinco torres definen el contorno del paraje: Cerro Gordo, La Caleta, El Pino, la Miel y Maro.
Iniciamos la ruta en Cerro Gordo, visitando su precioso mirador y la torre de vigía Nos encontramos plantas tan singulares como la olivilla, el palmito o el espino cambrón.
Luego nos desplazamos en coche hasta el aparcamiento de la Playa del Cañuelo. Nos encontramos entre La Herradura y Nerja. El carril desciende zigzagueando hasta la playa ofreciendo unas impresionantes vistas del litoral. Justo en su inicio nos acercamos a un templete dedicado a San Judas Tadeo.
Una vez en la playa del Cañuelo la recorremos hacia la izquierda, dejando a la derecha la Torre del Pino. Hay mar de fondo y las olas estrellan su espuma haciendo sonar los cantos lisos y coloridos.
Cuando llegamos al extremo de la playa, a la altura de un viejo pino, hay un pequeño y abrupto ascenso hacia los acantilados. Al ir triscando vemos las primeras jaras de la primavera.
Nos encontramos un entrante en el mar con unas construcciones derruidas a las que nos acercamos; es el Peñón del Fraile, un saliente rocoso donde nos asomamos hasta su punta para contemplar los vuelos de cormoranes y gaviotas. Una flor amarilla es ejemplo de la resiliencia.
Proseguimos por los acantilados dejando a nuestros pies la preciosa Cala de la Doncella, casi inaccesible, vigilada por altos riscos que guardan celosamente su belleza.
Seguimos, en moderado ascenso, por una senda señalizada con las marcas rojas y blancas del GR-92. Es el llamado "Senda del Mediterráneo".
Nos desviamos a la derecha para acercarnos a la Torre Caleta. Vale la pena detenerse en esta construcción defensiva costera y admirar las vistas de los acantilados desde este punto. Es una de las tantas torres vigías diseminadas por la costa para advertir de la presencia de incursiones de piratería que realizaban los moriscos de África. Nos detenemos en este bonito rincón para reponer fuerzas. El mejor sitio lo encuentra nuestro amigo Pedro.
Regresamos al sendero que traíamos, que nos llevará hasta la playa nudista de Cantarriján, que vamos divisando desde el camino. El sendero asciende entre un pinar con un sotobosque lleno de jaras, romeros, lentiscos, espartos, palmitos y salvias. Encontramos algunos algarrobos, acebuches y cornicabras; una frondosidad espectacular en su riqueza y diversidad.
Podemos ver algunas cabras montesas que se mimetizan con el pardo paisaje de los cortados. Las cimas más altas las vemos en el Cerro de la Caleta, los Tajos del Calderero que se alzan verticalmente hasta los 239 m.
El sendero comienza a descender y conecta con el carril que baja hasta la playa desde la carretera. Los prados laterales verdean salpicados por las amarillas flores de los oxalis, que en la infancia llamábamos vinagretas.
En Cantarriján aprovechamos para disfrutar de este paraíso cercano y algunos meten los pies en las frías y agitadas aguas o incluso se dan un chapuzón.
La vuelta la haremos por el margen del Arroyo Cantarriján, un arroyo estacional que nos conduce por una vaguada sombreada por cañaverales hasta que se adentra en el monte de pinos. En ese lugar encontramos una antigua calera. Atraviesa varias huertas abandonadas, ahora sólo habitadas por las cabras y las ardillas.
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